Al definir los celos es importante distinguirlos de la envidia. A pesar de que en el uso cotidiano la confusión entre ambos es frecuente, los celos y la envidia son psicológicamente muy diferentes.
Por lo general, la envidia involucra a dos personas. La persona envidiosa quiere algo que le pertenece a la otra persona, y no quiere que esa otra persona lo tenga. El objeto de la envidia puede ser el compañero de la otra persona, una buena relación, un rasgo deseable como belleza o la inteligencia, una posesión, el éxito o la popularidad.
Los celos en cambio, involucran por lo general a tres personas. La persona afectada por los celos está respondiendo a lo que percibe como una amenaza que un tercero representa para una relación que ella considera valiosa. Esto es válido aun en el caso de que el tercero exista sólo en la imaginación de la persona celosa. La envidia y los celos están en sintonía con dos de las condiciones más básicas de la existencia humana. La envidia está conectada con el no tener. Los celos están conectados con el tener.
La envidia, según la describe Melanie Klein, psicoanalista austriacabritánica, creadora de una teoría del funcionamiento psíquico, es una emoción anterior, más primitiva y destructiva que los celos. Es diferente del deseo que impulsa a los celos, en el que se trata de proteger la relación o de recuperar al ser amado. Cuando en una situación de celos hay un componente de envidia éste se manifiesta como impulso de destruir a la persona que goza de la ventaja
envidiada, sea ésta el rival o el amado, que tiene el poder de hacernos felices y prefiere no ejercerlo.
Los celos son una respuesta compleja que tiene componentes internos y externos. El componente interno de los celos incluye ciertas emociones, pensamientos y síntomas físicos que a menudo no son visibles para el mundo externo. Las emociones asociadas con los celos pueden incluir dolor, ira, rabia, envidia, tristeza, miedo, pena y humillación. Los pensamientos asociados con los celos pueden incluir resentimiento (“¿Cómo pudiste haberme mentido así?”), autoincriminación (“¿Cómo pude haber sido tan ciego, tan estúpido, tan confiado?”), comparación con el rival (“No soy tan atractiva, seductora, inteligente, exitosa.”), preocupación por la propia imagen ante los demás (“Todo el mundo sabe y se ríe de mí.”), o sentimientos de pena y sufrimiento (“Estoy completamente solo en el mundo, nadie me ama.”). Entre los síntomas físicos asociados con los celos se puede mencionar la afluencia de sangre a la cabeza, manos que tiemblan y transpiran, dificultades para respirar, retortijones de estómago, sensación de desvanecimiento, taquicardia, y problemas para conciliar el sueño o para dormir. El componente externo de los celos es más claramente visible para el mundo externo y se expresa en distintos tipos de comportamientos: por ejemplo, hablar abiertamente del problema, gritar, llorar, esforzarse por ignorar el tema, usar el humor, tomar represalias, dejar a la otra persona o recurrir a la violencia.
Tenemos mucho más control sobre el componente externo de los celos que sobre el interno. No siempre nos damos cuenta de esto (y aun cuando nos demos cuenta no siempre queremos admitirlo), pero podemos decidir hablar sobre nuestros sentimientos, reímos de todo el asunto, abrir nuestros corazones, sufrir en silencio y secretamente o en voz alta y visiblemente, dejamos arrebatar por la ira, salirnos de la relación, inspirarle celos a nuestro compañero o romper platos. Una distinción que se hace entre los celos normales y los anormales tiene que ver con el efecto que ambos tienen sobre las relaciones. Mientras que los celos normales son una reacción defensiva que puede salvar un matrimonio, los celos anormales son una obsesión destructiva que daña a las personas y las relaciones entre ellas.
La mayoría de los casos de celos anormales comparten uno de los siguientes rasgos, o ambos: (a) no están relacionados con una amenaza real a una relación valorada sino con algún disparador interno del individuo celoso; y (b) la reacción de celos resulta dramáticamente exagerada o violenta.
Como podemos explicarnos el sentir celos, casi todos tenemos algún conflicto irresuelto que arrastramos desde la infancia. Algunos tenemos más, otros menos. Para algunos estos conflictos son serios y problemáticos, para otros no tanto. Los experimentamos como vulnerabilidades, inseguridades o temores. Cuando nos enamoramos y nuestro amor nos es retribuido, estas vulnerabilidades, inseguridades y miedos parecen desvanecerse. Somos amados a pesar de nuestras imperfecciones. Nos sentimos completos, nos sentimos seguros. Pero cuando este amor resulta amenazado, los miedos y las inseguridades que creíamos que habían desaparecido para siempre retornan con toda su fuerza. Si esta persona a la que amamos -la persona que pensábamos que nos amaba a pesar de nuestros defectos- está a punto de dejarnos por otra, entonces ¡ya no hay la menor esperanza para nosotros! Ya no nos sentimos seguros ni siquiera de las cosas que antes amábamos en nosotros. La sombra que proyecta la posible pérdida de ese amor es tan intensa como lo era su resplandor.
No son cosas “agradables” de descubrir. De hecho, pueden ser tan desagradables que alguna gente se esfuerza por no verlas. Lamentablemente, ni eludir un problema ni desterrarlo de nuestra conciencia lo hace desaparecer. Una estrategia mucho más eficaz para resolver un problema de celos es el análisis franco y honesto de las cuestiones que de él surgen. Un análisis de esas características no sólo puede ayudar a la persona celosa a mitigar lo que percibe como una amenaza. También puede ser útil para mejorar la relación y
profundizar el compromiso mutuo de los miembros de la pareja.
Bibliografía
Ayala Malach Pines, s.a. Aprender a Manejar los Celos
Reidl Martínez, Lucy, Celos y Envidia: emociones humanas.
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